viernes, 20 de mayo de 2011

Indignación, acción (pasión, caos)

La preocupación por mi propia vida y la de otros como yo me lleva a investigar lo que está pasando y, antes o después, a plantearme cuál sería la mejor solución a los problemas que nos acucian. Esto significa que me formo una opinión política porque me preocupa qué va a ser de mí, qué va a ser de nosotros. ¿Pero qué es una opinión política?

La opinión política es un cóctel complejo, en la que intervienen creencias, juicios fundados, emociones, datos objetivos, falsos juicios y prejuicios acerca de cómo funciona la economía, la sociedad, los grupos y en última instancia los individuos. Por supuesto, cuanta menos formación tenemos, menos sustancial es este cóctel, y más inseguros deberíamos sentirnos respecto a él, pero lo curioso es que precisamente los que menos formación han recibido y menos datos objetivos tienen son siempre los más seguros de la validez de su opinión política frente al resto. No tan curioso si continuamos con la imagen de un cóctel en el que la ausencia de datos objetivos y juicios fundados debe rellenarse añadiendo más creencias, emociones, falsos juicios y prejuicios que, aunque con menos peso específico que el verdadero conocimiento, se aferran al espíritu de una forma mucho más tenaz.

Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de las personas no tienen más que agua en su cóctel y casi nada de sustancia crítica e informada, la conclusión inmediata es que todo movimiento político que consiga movilizar masas no tendrá nada de objetivo ni razonable, estará siempre basado en creencias parecidas a las religiosas, en las que hay unos elegidos y unos condenados, y una causa justa por la que luchar en la guerra cósmica del bien contra el mal (entiéndase contra el grupo rival y sus pretensiones políticas.)  

¿Y cuál es la conclusión mediata? La búsqueda de lo razonable, lo sensato, el bien común en el ámbito público y en la acción política está condenada al fracaso, a priori y por definición. Puede que esta conclusión parezca precipitada o una exageración pesimista pero, ¿cómo luchar contra la pasión del que está legitimado por una creencia irracional? y peor aún ¿cómo podría luchar contra mis propias creencias que no debo tomar como definitivas y al mismo tiempo proponer acciones coherentes en el mundo? Es por esto por lo que pienso que, incluso iniciativas tan venerables como el movimiento de los indignados, hambriento de luz y sentido en medio del despotismo del sistema, está condenado a dejarse engañar por sus propios prejuicios y creencias, a ser fácilmente manipulable porque sueñan que de una u otra forma ganaremos esta guerra cósmica por un mundo mejor, que venceremos al mal.

Ay, pero la sed de justicia es tan grande que gustosamente me aferro a mis creencias. Como Kant, pongo límites a mi razón para hacer sitio a la fe, y salgo a la calle a indignarme.

1 comentario:

  1. Así es, se trata de una paradoja. Pero las paradojas no se autodestruyen sino que al contrario, son eternas porque constituyen un problema irresoluble.

    Gracias por la intervención, Alfredo.

    Un saludo para ti.

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